lunes, 26 de julio de 2010

La grandeza del asalto al cuartel Moncada




La historia marca sucesos capaces de cambiar el rumbo de una nación entera como el asalto al cuartel Moncada, en 1953, cuya grandeza trascendió las fronteras patrias e inició una nueva era en Nuestra América.

La justeza de sus ideas llevó a la generación del centenario martiano a exponer sin miedo sus vidas y sembrar la semilla de ese cambio histórico rotundo que, a pesar del fracaso militar, empezó a convertirse en realidad un lustro después.

Cuba celebra la fecha de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, hecho luctuoso en su momento por la sangre derramada; un día convertido en motivo de regocijo porque el 26 de julio de 1953 se produjo la sentencia de muerte de la opresión neocolonial en este país.

En 1898, la intervención militar de Estados Unidos frustró la independencia y soberanía; desde entonces Washington impidió todo intento de los cubanos de sacudirse su yugo.

A casi medio siglo de la instauración de la República neocolonial agotada por la demagogia, la corrupción y el robo del tesoro público-, retrocedió a la época de la bota militar y la tortura con el golpe de estado del 10 de marzo de 1952.

Fulgencio Batista estableció su segunda dictadura, semanas antes de las elecciones presidenciales del próximo primero de junio, en las que se esperaba el triunfo del partido Ortodoxo, no obstante la muerte de su líder Eduardo Chibás.

En su carácter de abogado, Fidel Castro -entonces con 25 años de edad-, demandó a Batista ante el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, sin éxito alguno.

Luego de esperar inútilmente una reacción de las fuerzas opositoras contra los golpistas, en la que sería simple soldado, Fidel asumió la responsabilidad de llevar adelante la Revolución con gente de pueblo, desconocida.

Buscó a los futuros combatientes, en su mayoría, en la juventud ortodoxa radical que siguió la prédica de Chibás contra la corrupción, por la independencia económica, la libertad política y la justicia social.

Logró entrenar y organizar en secreto a más de mil hombres: jóvenes obreros, empleados, campesinos, trabajadores en oficios diversos o desempleados.

Entre el centenar y medio de los escogidos para las acciones de Santiago de Cuba y Bayamo solo media docena eran estudiantes, tres contadores profesionales y cuatro graduados universitarios.

Por razones imprevistas falló el factor sorpresa y fue imposible apoderarse de las armas necesarias para comenzar la Revolución y entregarlas a los santiagueros; es decir, echar a andar un motor pequeño que ayudara a arrancar el motor grande.

A pesar de ello, retomar la continuidad de la Revolución constituye una de las principales virtudes de la hazaña del Moncada, junto a situar el protagonismo popular en el centro de las acciones.

Con ocho asaltantes muertos en combate y más de 50 asesinados posteriormente por los esbirros batistianos, la acción despertó la conciencia nacional en apoyo y simpatía de los moncadistas. La represión desatada por la dictadura ganó adeptos a la causa revolucionaria.

Las rejas se abrieron a los revolucionarios presos en menos de dos años por presión popular y, pronto, el Movimiento 26 de Julio constituyó la opción principal de los cubanos con su Programa del Moncada, el cual guió las posteriores etapas del proceso hasta su cumplimiento.

Contenido en el alegato de autodefensa de Fidel Castro, La Historia me Absolverá, el Programa proclama sus objetivos políticos, económicos y sociales, los más avanzados en esas materias, encaminados a resolver una serie de problemas de prioridad, entre estos los vinculados a la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud del pueblo.

Profundamente martianos, los moncadistas juraron en su Manifiesto, antes de partir al combate, hacer una patria mejor, sueño supremo de José Martí, declarado por Fidel Castro autor intelectual del Moncada.

Ellos se proponían culminar la Revolución Cubana inconclusa, la de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Antonio Maceo, Martí, Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras, Rafael Trejo, Rubén Martínez Villena y Eduardo Chibás.

Por la dignidad y el decoro de los hombres de Cuba, esta Revolución triunfará, afirmaron.

Era necesario una arremetida final para culminar la obra de nuestros antecesores, y eso fue el 26 de julio, señaló Fidel en 1973.

La expedición del yate Granma, el Ejército Rebelde y los luchadores clandestinos se nutrieron de miles de combatientes inspirados en aquellos jóvenes patriotas que quisieron no dejar morir a José Martí en el año del centenario de su natalicio.

En 25 meses de guerra fueron derrotados más de 80 mil militares profesionales, la huelga nacional coronó el triunfo en enero de 1959 y, tras el cumplimento del Programa del Moncada (1960), comenzó la fase socialista.

(Publicado en Prensa Latina)

viernes, 16 de julio de 2010

TODOS SOMOS "INDIOS".


Por Olmedo Beluche *

El origen del vocablo “indio” surge de una equivocación de Cristóbal Colón, quien en sus cálculos pensó que había llegado a la India en Asia. Pero posteriormente, los conquistadores y colonizadores españoles llamaron despectivamente “indio” a los originarios de este continente. Al decir, “indio” el conquistador y el encomendero pretendían negarle a los pueblos originarios sus verdaderas identidades particulares, negar que tenían “almas”, por lo cual se justificaba su despojo, saqueo y asesinato.

Decir “indio” en general, pretende negar la cultura de los kunas, de los gnobes-bugles, de los bri-bri, los nasos, los aztecas, los mayas, los incas o los aymaras, etc. Es decir, la expresión “indio” tiene un sentido racista emitida en boca de los usurpadores europeos y sus descendientes hasta nuestros días.

Por ello es absolutamente inaceptable que un Ministro de Estado, delante del Presidente de la República , o un jefe de la Policía Nacional , se refieran a la mayor parte de la población del país, o a un sector de ella, como “indios narcotizados” o “indios borrachos”. En cualquier país civilizado y medianamente democrático, a un funcionario público que se exprese de esta manera se le pediría inmediatamente su renuncia. Porque los racistas existen de hecho, pero la moral pública, el derecho internacional y las constituciones políticas, incluida la nuestra, no aceptan que alguien que discrimine las personas por su origen étnico gobierne en nombre de una nación.

Sr. Presidente, Ricardo Martinelli, usted nos debe una disculpa a los huelguistas de las bananeras, a los habitantes de Bocas del Toro y a todos los panameños, porque funcionarios bajo su mando han proferido expresiones racistas que violan la Constitución.

Sr. Presidente, en este país todos somos “indios”, salvo una minoría de empresarios extranjeros y sus descendientes, que han venido a llenarse los bolsillos con nuestro trabajo. El que no lo crea, empezando por el ministro de marras, que se mire al espejo. Además lo prueban los estudios genéticos.

Es de suponerse que la saña con que fueron reprimidos los huelguistas en Changuinola, y los tiros de perdigones a la cara, fueron un intento inconfesado de borrar sus rasgos físicos, de borra su mirada de “indios” rebeldes que perdieron miedo al patrón y que se atreven a mirarle a la cara para exigir sus derechos. Exigimos una investigación independiente respecto a esos crímenes porque esas vidas perdidas, esos ojos cegados, esos heridos, valen tanto como la de cualquier panameño hijo de italianos o griegos.

Aquí todos somos descendientes orgullosos del cacique Quibián, que puso en su lugar a Cristóbal Colón cuando quiso saquear el oro de Bocas del Toro y Veraguas. Aquí nos reclamamos herederos morales y consanguíneos de Urracá, de Kantule y del “negro” Bayano. Si usted y sus ministros no respetan los rasgos físicos y las identidades culturales, significa que ha dejado de ser el presidente de “todos los panameños”.

Sr. Presidente, aquí todos somos “indios” y no estamos borrachos, ni somos “maleantes de m…”. Somos indios, cholos, negros, mulatos que hemos hecho aportes a la historia, a la cultura y a la riqueza de Panamá. Somos ciudadanos con iguales derechos.


* El autor panameño es sociólogo, catedrático y secretario general del Partido Alternativa Popular – PAP (izquierdas).